
Llueve. Siento que llueve y da la casualidad que, esta vez, justo andás por aquí. Llueve. Miro que llueve. Huyen los pájaros y escriben tu inicial en lo gris. Voy a dejar la persiana a medio abrir, y nos va a llegar un olor a tierra mojada con recuerdos de infancia. Negro se pone el cielo. Se hace de noche de golpe, y no son ni siquiera las tres. Llueve. Corazón llueve. Giro y ya estás en la cama, riendo, totalmente en piel. Voy a apagar los teléfonos, la luz. Va a comenzar nuestro festival de los cuerpos, de los besos hambrientos. Y después sé que vas a fumar en silencio con aires de actor. Nadie va a hablar, vamos a oír la canción grave del mundo allá al fondo, lejos. Suerte. Tuvimos suerte. Era una tarde cualquiera y la lluvia la volvió canción. Pasarla así le hace bien al corazón, poder salir de los jefes y los empleos, de los hijos, de las manos del tiempo. El color rojo de la tempestad asoma en el sol que refleja e incendia tus ojos. Luvia por la tarde, y yo te amo.
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