jueves, 30 de octubre de 2008

Esa nostalgia de pronunciar - puta madre! - y de preguntarse uno qué hace acá. Darse cuenta, de repente, que los amigos ya no están delante de los ojos, que ya no se olfatean al lado de uno. Es acostumbrarse a otro espacio, que resguarda, de todas maneras, el aire, el sol, la paciencia y la desesperación de uno. Pero, en el fondo, se sabe que no es igual. Y solamente queda acostumbrarse, y repetir la miserable y reconfortante idea de que "otra no queda" a tanta distancia. Y uno hace el esfuerzo, y más que esfuerzo hace magia por recobrar colores, paisajes, baldosas, miradas, y hasta respuestas que nunca supo dar a las personas que siempre quiso dar. Y todo esto es a la distancia, un supuesto disparador que a uno lo lleva a escribirse en letras, todo a la distancia. Una brecha que se intensifica y se agiganta, pero que a la vez se acorta y se hace humo, tan solo con sentirse en presencia de las ausencias. Un dolor y una alegría inmensa de recrear rostros en los momentos necesarios de hacerlo. Pero la distancia no es solo más que la distancia, y nosotros somos los interpretes de esta creíble y hasta a veces, innecesaria realidad. Sin embargo, mas allá de todo esto, en mí la distancia no es sino el acercamiento a cualquiera de las almas que he conocido. Y no sé si propiamente la distancia merezca las gracias, pero quizás hoy yo me de las gracias por estar recordando, extrañando, llenando de tinta y de vida estas ultimas palabras.

No hay comentarios: